El papa Francisco usaba WhatsApp para mantenerse en contacto con una sobreviviente de la tortura de la dictadura argentina
Por David Culver, Abel Alvarado, Evelio Contreras y Rachel Clarke, CNN
Ana María Careaga tenía apenas 16 años cuando fue secuestrada por el régimen que entonces gobernaba Argentina. Para su madre, Esther Ballestrino de Careaga, fue como si hubiera desaparecido.
Fue un acontecimiento que cambiaría no solo la vida de las mujeres, sino también el futuro de Argentina. Y fue algo que un sacerdote llamado Jorge Bergoglio jamás olvidaría.
Corría el año 1977 y Argentina se encontraba bajo el control de una dictadura militar tras un golpe de Estado el año anterior. Quienes se oponían al régimen eran secuestrados, torturados y asesinados, víctimas de lo que se conocería como la “guerra sucia”.
No hubo notificación ni registro público de las detenciones y las familias no tenían idea de qué había sucedido con sus seres queridos.
Para cuando Ana María fue secuestrada, su cuñado ya había desaparecido. Los soldados la llevaron al centro clandestino de detención conocido como El Atlético, donde fue torturada, incluso después de haberles dicho a sus captores que estaba embarazada de tres meses.
Aunque los secuestros extrajudiciales eran cada vez más comunes, las familias no hablaban de ellos, hasta que las madres tomaron posición.
El 30 de abril de 1977, una decena de mujeres, cada una madre de un hijo desaparecido, se congregaron en la Plaza de Mayo, la gran plaza frente a la Casa Rosada, el palacio presidencial de Buenos Aires. Se les ordenó dispersarse, pero en lugar de eso, se tomaron del brazo y continuaron caminando lentamente por la plaza.
Cada domingo, más mujeres se sumaban a la iniciativa, entre ellas se encontraba Esther, la madre de Ana María, quien pronto se convirtió en una de las líderes de Madres de Playa de Mayo.
Esther conocía a Bergoglio mucho antes de que se convirtiera en sacerdote. Había sido su jefa mientras él estudiaba en el secundario y hacía prácticas técnicas en un laboratorio.
“(Esther) Decía que ella le enseñó (a Bergoglio) la cultura del trabajo”, declaró Ana María sobre su madre este jueves en la ornamentada Iglesia Católica de Santa Cruz en Buenos Aires. “(Esther) Decía que ella lo mandó a hacerse unos análisis y que trajo los resultados rapidísimo”. Incluso, Ana María comentó que su madre le había preguntado sobre su rapidez en el trabajo, y el papa Francisco le reveló que los análisis salían iguales, así que simplemente los copió. “(Esther) le dijo al papa: ‘Tenés que hacerlo bien’, y lo mandó a hacerlo de nuevo”, contó su hija. Es un relato que Bergoglio confirmó tras convertirse en el papa Francisco. Él y Ana María mantuvieron el contacto mientras él era sacerdote y ascendía hasta convertirse en líder de la comunidad católica de Argentina.
Mientras Ana María estuvo detenida —siempre encadenada y con los ojos vendados, dijo— su madre y otros miembros del movimiento se reunían en una habitación trasera de la Iglesia de Santa Cruz, en el centro de Buenos Aires.
Ana María cumplió 17 años estando aún en cautiverio y fue liberada el 30 de septiembre de 1977, para entonces con siete meses de embarazo.
A los pocos días de un chequeo médico organizado por su madre, partió hacia Suecia, donde le concedieron asilo.
“Esa fue la última vez que nos vimos”, dijo Ana María sobre su madre. “Nos escribimos cartas, y en una de ellas (Esther) me cuenta que cuando me secuestraron, estaba como una autómata, pensando en mí todo el tiempo. Se iba por la mañana y volvía por la noche, todo el día con las madres buscando, buscando, buscando”.
Incluso cuando su hija estaba a salvo, Esther siguió haciendo campaña en favor de aquellos que habían llegado a ser conocidos como los “desaparecidos”.
“Cuando mi mamá regresó a la plaza después de mi liberación, las madres le preguntaron: ‘¿Qué haces acá si ya recuperaste a tu hija?’”, contó Ana María a CNN. “Y mi mamá les respondió: ‘Voy a seguir hasta que aparezcan todos, porque todos los desaparecidos son mis hijos’”.
Para Ana María, y quizás para el sacerdote que se había hecho amigo de su madre, fue una reflexión de que “la lucha no era solo individual, sino colectiva”.
Meses después de la liberación de su hija, en diciembre de 1977, Esther y otros se reunían como de costumbre en Santa Cruz cuando fueron traicionados. Al salir de la iglesia, ella y otros fueron secuestrados.
“Los habían llevado a (…) un centro clandestino de tortura y exterminio, y luego los arrojaban vivos desde los ‘vuelos de la muerte’, que era la solución final que (el régimen) se jactaba de haber encontrado para deshacerse de los cuerpos”, dijo Ana María sobre el secuestro de su madre. Los “vuelos de la muerte”, en los que los secuestrados morían al ser lanzados desde un avión sobre tierra o mar, son ahora un horror documentado de la guerra sucia.
Muchos cuerpos nunca fueron recuperados, pero días después de su desaparición, los restos de Esther aparecieron en la tierra.
“Lo que dicen las Madres es que el mar no quiso ser cómplice y devolvió los cuerpos”, dijo Ana María.
Los restos de Esther no fueron identificados y enterrados en una fosa común.
Ana María no supo de la desaparición de su madre hasta que la llamó para avisarle del nacimiento de su nieta, el bebé que llevaba en su vientre mientras estaba detenida.
“Nació el 11 de diciembre, y llamamos el 11 de diciembre de 1977 para avisar que había nacido, y fue entonces cuando nos enteramos de que mi madre había sido secuestrada tres días antes”, dijo Ana María. “Mi madre no sabía que había nacido sana y salva”.
Como arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio testificó sobre Esther durante un juicio en 2010 relacionado con las atrocidades de la Guerra Sucia. En un extracto publicado en YouTube por el periodista Uki Goñi, afirmó conocerla desde hacía más de 20 años.
“Me causó un gran dolor”, dijo Bergoglio al enterarse de su secuestro. “Intenté contactar con familiares, pero no pude. Estaban casi todos (…) escondidos”.
Dijo que había intentado hablar con personas que podían ayudar, pero no había recurrido a las autoridades. Sus acciones, o la falta de ellas, durante la Guerra Sucia lo rodeaban como preguntas sin respuesta, incluso cuando el Vaticano desestimó las acusaciones en su contra.
“Hice lo que pude”, declaró en el juicio. “La recuerdo como una gran mujer”.
Décadas más tarde, mucho después de la caída del régimen militar en 1983, se identificaron los restos de la fosa común junto al océano, y se descubrió que incluían a Esther.
Las familias pidieron a Bergoglio que les permitiera ser enterrados no en un cementerio, sino afuera de la Iglesia de Santa Cruz, el último lugar donde habían caminado en libertad.
“Dijo que era un honor”, le contó Ana María a CNN. “Se acordó de su amiga Esther, dijo que era un honor y lo autorizó para que, como dicen los fieles de esta iglesia, pudiéramos sembrarlos en la última tierra libre que pisaron”.
Para conmemorar a todas las madres que desafiaron al régimen, el 30 de abril se reconoce ahora como el día de la fundación de las Madres de Plaza de Mayo.
El Vaticano publicó un mensaje que el entonces papa Francisco envió a Ana María, la hija de Esther, en 2018 para que se reprodujera en un programa de radio que ella presenta. “Recuerdo mucho a tu madre”, dijo el papa entonces. “Trabajó duro, fue una luchadora y junto a ella muchas mujeres lucharon por la justicia, ya sea porque habían perdido a sus hijos o simplemente porque eran madres que, al ver el drama de tantos niños desaparecidos, se unieron para luchar también por esto”.
De pie junto al altar mayor de la Iglesia de Santa Cruz, Ana María sacó con calma su teléfono de repuesto; el original le había sido robado recientemente. Por suerte, sus mensajes de WhatsApp estaban respaldados, preservando las palabras del papa, quien seguía en contacto con la hija de su amiga.
Todavía conserva esa grabación en su teléfono. En ella, el papa le dice: “Me alegra que sigas los pasos de tu madre y que lo transmitas en tu programa de radio. Por eso, hoy, de manera especial, rezo por las madres, rezo por vos, rezo por tu madre Esther y rezo por todos los hombres y mujeres de buena voluntad que desean llevar adelante un proyecto de justicia y fraternidad entre todos. Que Dios los bendiga a todos”.
Esther Ballestrino de Careaga nunca conoció a su nieta. Pero el papa Francisco sí, y pasó aproximadamente una hora con ella el año pasado cuando visitó Roma. “Él sabía toda la historia porque mi mamá le contó todo lo que me habían hecho, la tortura, todo”, dijo Ana María.
El papa dijo sobre Esther: “Tengo un recuerdo muy vívido de una persona muy cariñosa, trabajadora y comprometida. Siento que me dejó muchos valores, y está presente en nuestra historia porque la desaparición genera eso; la desaparición es la presencia permanente de una ausencia”.
Ana María explicó que cuando fue con su hija, la nieta de Esther, a verlo el año pasado, el papa le dijo que teníamos que “seguir dando testimonio”.
“Todo lo que pasó, los 30.000 desaparecidos, y cómo las Madres crearon un pacto civilizador en este país, un contrato social de ‘nunca más’. Y por eso es tan importante preservar la memoria, que también fue lo que dijo el papa: que la memoria debía preservarse”, concluyó Ana María.
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