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Adiós a mi amigo, el papa Francisco

Por José Levy, CNN en Español

Difícilmente podía ser más simbólico, sobre todo estos días.

En el 2005 fallecía un papa que también era enormemente querido, Juan Pablo II. Yo me encontraba informando en una posición que estaba justo delante del dormitorio del pontífice y fui quien, desde ahí, tuvo que transmitir esa difícil noticia al mundo católico en el continente americano. Decenas de canales de televisión se unieron a nuestra transmisión en CNN en Español.

La verdad es que al informar de su fallecimiento yo difícilmente podía articular bien mis palabras ya que, por la especial emoción del momento, se me cortaba la voz.

Había razones personales para eso. Con Juan Pablo II había llegado a tener también un contacto tan especial que, según su vocero, Joaquín Navarro Valls, llegó a plantearse la posibilidad de otorgarme él una entrevista, algo que entonces era totalmente insólito cuando se hablaba del papa.

Pero lo que me llegó a emocionar aún más era pensar en los millones de personas que entonces estaban llorando conmigo tras haber perdido no a un segundo, sino a un primer padre.

Y… una de las personas que seguía esa transmisión en directo era el mismísimo arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Mario Bergoglio. Años más tarde, como sucesor de Benedicto XVI, tuvo una deferencia que fue fiel reflejo de su inmensa humanidad.

Pero en aquel momento Bergoglio pidió a su vocero de entonces, el padre Guillermo Marcó, buscarme entre los miles de periodistas que estábamos en la Sala Stampa, la sala de prensa vaticana, para agradecerme en su nombre mi cobertura de un momento central de su vida. Transmitirme que se había emocionado conmigo, tanto por mi forma de haber informado ese momento como, también, por el hecho de que, siendo yo judío, pudiera transmitir esas emociones.

Nada podía llenarme más de un sano orgullo. De hecho, considero que es la experiencia humana más impresionante que he vivido hasta ahora en todos mis 36 años como corresponsal internacional de CNN, hasta el punto de que cuando el ya papa Francisco me vio por primera vez durante una audiencia general, en un pasamanos de la plaza de San Pedro, no solo me reconoció inmediatamente -algo que ya de por sí habría sido antes para mi totalmente inverosímil-, sino que había en él una expresión de una inmensa alegría y hasta cariño en su cara, que para mí, al verlas ahora en una fotografía, son un verdadero honor. Un recuerdo imborrable de un ser humano gigantesco.

Y si bien yo soy judío, en mis viajes suelo llevar rosarios de madera de olivo de Tierra Santa a mis muchos amigos cristianos, hasta el punto de que, en este primer encuentro en la Plaza de San Pedro, también le entregué a Francisco un rosario que traje desde Jerusalén. Él me lo bendijo y me lo devolvió. Pero su sorpresa fue enorme cuando le dije que se quedara con él: “Ah, ¿es para mí?”, me preguntó con una dulzura hasta tierna.

Esta fue la base de una relación que se fue desarrollando durante los años posteriores y que me llevó en el año 2020, en plena pandemia de covid-19, a plantearle a través de un correo electrónico un gran sueño que desarrollé durante años: avanzar con un gran “Pacto Humano” interreligioso, que pueda generar cambios decisivos y llevar a un mundo mucho más solidario para abordar los grandes desafíos que enfrenta la humanidad, desde la pobreza extrema hasta el cambio climático.

En tan solo unas horas me contestó con una carta escrita con su puño y letra, en la que me expresó su apoyo. Y fue después de que finalizó la amenaza del coronavirus que reanudé los mensajes. Los míos, electrónicos; los suyos, entrañables manuscritos de respuesta.

Esto llevó también a que comenzáramos encuentros directos, restringidos a cuatro o cinco personas, que se realizaron en distintas salas de la Casa Santa Marta y que se solían prolongar durante una hora. En tales reuniones estaban presentes el también periodista Henrique Cymerman, así como el secretario general adjunto de Naciones Unidas, Miguel Ángel Moratinos.

En estos encuentros, de manera completamente informal, pude ir descubriendo cada vez más el impresionante lado humano de un papa que nos pedía no dirigirnos a él con el trato tradicional de “Su Santidad”, pues yo y otros de los presentes éramos de otras religiones, sino más como “papa Francisco”, sin más.

Y llegamos a un nivel de familiaridad tal que a veces llegaba a regañarme, pero, eso sí, de una forma paternal como cuando me decía, un tanto disconforme: “Es que para ti todo es fácil, pero la realidad es bastante más compleja”. Asimismo, cuando veía mis ansias de avanzar rápidamente con el “Pacto Humano”, afirmaba: “Tenemos que avanzar, pero poco a poco, poco a poco”.

En un momento que hablábamos con total espontaneidad e informalidad sobre diversos temas internacionales como la guerra en Ucrania, fue para mí evidente su emoción cuando le recordé la canción “Silencio”, de la impresionante leyenda argentina Carlos Gardel, al referirse a esa “viejecita de canas muy blancas” que perdió a sus cinco hijos en la guerra y al final “se quedó muy sola… Con cinco medallas que por cinco héroes la premió la patria”. De hecho, concienciar a los lideres y a los pueblos sobre la necesidad de impedir los horrores de la guerra era un tema central de un “papa humano” que, de alguna forma, pasó a transformarse en “conciencia de la humanidad”.

Hasta el punto de que poco después de ser elegido papa, en su primera audiencia pública, que fue precisamente con nosotros, los medios de comunicación, sus primeras palabras pronunciadas en su idioma español fueron: “Yo sé que muchos de ustedes no son católicos, son quizá ateos, o de otras religiones, pero todos somos hijos de Dios”. Palabras que realmente marcaron su pontificado en esa necesidad suya de bajar tensiones, muy consciente de que al final tenemos que conseguir que la religión nos permita construir el futuro, nunca destruirlo.

Por ello Francisco apoyó instituciones interreligiosas con las cuales personalmente mantengo hasta ahora relaciones especiales. Desde la Fundación Pontificia Scholas o la Universidad del Sentido, hasta el Instituto del Diálogo Interreligioso. Incluso Scholas me permitió ser anfitrión de un encuentro satelital de Francisco con jóvenes en La Habana y Nueva York, organizado por CNN, justo un par de días antes de su visita a ambas ciudades.

En general, el tema interreligioso es uno de los fundamentales del “Pacto Humano” que le presentamos junto a algunos de mis compañeros para su aprobación. De hecho, en uno de los encuentros, estuvo leyendo el documento detenidamente, delante de nosotros, durante cerca de un cuarto de hora, y, tras pedirnos un par de cambios menores, nos lo aprobó. Eso hizo que nos nombrara a los presentes, representantes de cristianos, musulmanes y judíos, como sus delegados para avanzar con el proyecto y lo hiciera en una carta oficial suya, encabezada por su símbolo pontificio, y dirigida a un líder musulmán del Medio Oriente.

Visto retrospectivamente, no deja de sorprender el deseo de Francisco de tender puentes entre los seres humanos, hasta el punto de nombrar delegados papales a miembros como Cymerman o yo, de otras confesiones.

Puedo decir con un inmenso orgullo que fuimos de los únicos casos del pasado reciente en el que judíos fueron nombrados “delegados papales”, concretamente de un “Pacto Humano” interreligioso, apoyado fervorosamente por el pontífice. Es de suponer que, respetando la tradición milenaria de darle continuidad a los legados papales, este proyecto será también apoyado por el próximo pontífice.

A nivel personal, han sido días dolorosos para mí. Aunque periodísticamente no fuera quizá correcto, a veces el lado humano se me transformó en un torrente incontrolable de sentimientos, llegando a veces al llanto.

No me fue fácil despedirme de un ser humano impresionante que supo dejar de lado diferencias religiosas evidentes, sobre todo con alguien judío como yo, y crear una cercanía que puedo decir cambió mi vida.

Y si en cada una de sus cartas manuscritas, justo antes del entrañable y cercano “fraternalmente” con el que las finalizaba, me escribía “rezo por Usted. Por favor le pido que lo haga por mí. Que el Señor lo bendiga”, lo que puedo asegurar es que él sigue muy presente en mis rezos.

Descanse en paz, mi amigo papa Francisco.

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